En la pocilga de esta crisis hay todavía muchos desechos de los estragos que ha ocasionado en empresas, mano de obra y administraciones. La crisis dejó el sistema en los huesos. Para el arrastre. Los nervios desquiciados a mucha gente. A saber el recuento de víctimas y victimarios. Lo cierto es que ya ha habido algún suicidio sospechoso en la capital tinerfeña (a poco del de un hijo de Madof, el legendario estafador de los millonarios), acaso un efecto colateral de la tragedia económica de esta generación. Quién sabe. La historia de Suárez Gil, el ‘zorro plateado’, desmenuzada en todos sus detalles y sin que sirva de atenuante a la arrancada de encañonar a su mujer con un arma de fuego de un excedido arsenal, termina desembocando en las mismas aguas de la crisis en que han naufragado tantos iconos del éxito social y económico en los dos años del crack. Empieza uno a aburrirse hasta del lenguaje al uso: rescate, primas de riesgo, bonos de la deuda…, ah, y el ataque de los mercados, como la guerra de las galaxias contra el euro caído en desgracia. Todo pasa a ser mentira: ahora resulta que no es tan determinante luchar con eficacia contra el déficit, sino responder satisfactoriamente a los plazos de pago de la deuda, con lo cual estamos asistiendo al viejo dilema de los países subdesarrollados de América Latina en los años 70, cuando se planteaban si pagar o no la dichosa deuda externa. Lo mismo. Se ha puesto muy pesado el mundo económico y político. Los gobiernos y los dirigentes pierden prestigio a pasos agigantados (la encuesta del CIS viene calificando a los políticos como el tercer problema del país, y ya nos hemos acostumbrado a que sea así, sin alternativa, como si la democracia fuera finalmente una gran decepción sin remedio: frustrante), las elecciones pasan factura a unos y otros. Aquel 11-S de 2001 le dio la vuelta al calcetín, todo pasó a ser otro mundo de otro modo. Todo va más deprisa cada vez. Internet pronto quedará viejo y obsoleto, supongo. Obama, la aureola de Obama duró lo que un caramelo en la puerta de un colegio, y ya mismo, como si el hito del primer presidente negro de los EE.UU. fuera una noticia de hace cincuenta años y no de tan sólo dos, el voto dio un volantazo y donde predominaron los demócratas ahora prevalecen los republicanos, y donde la limitada Sarah Palin era el hazmerreír se ha convertido en la diosa del ‘tea party’ de los mil demonios, a cuya cruzada radical –seguramente de forma injusta- achacan el atentado de un perturbado en Arizona. Todo también es muy previsible, como escrito en un guión que de antemano presuponemos. Eta reitera que se retira, pero sin entregar las armas, como quien anuncia que dimite para hacerse querer y nunca se va, o como quien gasta la misma broma pesada hasta el agotamiento. Que no, que Eta no se rinde, que Batasuna no condena la violencia, que no, que esa “no es la noticia”, que diría Rubalcaba. En este hartazgo del cotarro, por llamarlo de algún modo, tropiezo con la siguiente noticia: una mujer muere a los 60 años en Canarias, dejando una fortuna en herencia. Se llamaba Concha, Concepción Valencia, vivía en un chalet de Telde desde hacía trece años, era controladora aérea (por cierto, hasta el sábado seguimos en estado de alarma en los aeropuertos). No sé si sabía que a cien mil canarios se eleva este año la cifra de parados sin prestación que dejarán de percibir los 426 euros y no tendrán donde caerse muertos. Era soltera y no tenía muy buen concepto del ser humano. Dejó todos sus ahorros, 3 millones de euros, a 50 burros, 225 linces y 400 perros y gatos. Y ésta sí es la noticia.
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