La última vez que hablé con Manolo Iglesias fue en plena calle, y el encuentro (hace menos de una semana cerca de la Librería La Isla) giró en torno al monotema económico de conversación de dos periodistas en medio de esta ofuscante crisis. Manolo era un cotizado tertuliano agudo y bien informado, con el que coincidía a menudo en la radio y la tele. Gozaba de un prestigio de contertulio cercano e imparcial ganado con los años de buen periodismo que él transfería con naturalidad del papel a las ondas. Personalmente, puedo alardear de una década entera de complicidad radiofónica semanal con él, Toni Bello y José Miguel González y, ocasionalmente, un plantel de economistas y periodistas, que rotaban en la mesa estudio del restaurante del Mencey en los desayunos de Radio Club. Las columnas del veterano cronista en el DIARIO DE AVISOS y sus apariciones en los medios audiovisuales le fueron forjando una personalidad de todoterreno de la prensa en tiempos revueltos que demandan en letra impresa y delante de los micrófonos gente que oriente con buena opinión y presunción de inocencia: sin mácula ni sospecha de intereses ocultos. Y de esa clase de periodista desintoxicado era Manolo, un faro que buscaba zonas de sombra en toda la longitud de las palabras para contar las noticias con las luces bien encendidas. Debo confesar que me daba tranquilidad compartir un programa de opinión con el amigo que se ha ido intempestivamente. Lo hacíamos con frecuencia delante de las cámaras de la TVC en ‘Buenos días, Canarias’ y en la radio autonómica, y en estas páginas del diario al que llegamos juntos en tiempos casi inmemoriales, uno de los signos de normalidad, en una profesión de continuas mudanzas, ceses y deserciones, era leer regularmente su artículo fijo casi como una reafirmación generacional. No sé cómo decir que la falta de Manolo me resulta inconcebible, prematura e improcedente. El día que descubrí qué significaba el nombre Manuel Iglesias en el mundo del periodismo gastronómico del mundo fue cuando me presentó a Ferran Adriá, y el célebre chef me dijo que el paisano era un ‘number one’. Lo comprobé en repetidas ocasiones, enfrentándolo a críticos de reconocida solvencia nacional e internacional. Manolo era una de las firmas de referencia del género, y sin duda el perfecto árbitro en las desavenencias ‘domésticas’ del gremio: se llevaba bien con todos y todos le brindaban un respeto reverencial. Amigo, te levantaste de la mesa y no volviste, demasiado pronto para el tiempo que pensábamos compartir contigo. Y no sólo te echaremos de menos por tu valía, sino por tu integridad.
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Coño, qué bonito!!!! Lo suscribo. El final de Manuel Iglesias ha sido una errata de la Providencia.