Si alguien pensaba que este asteroide iba a acabar con la crisis económica que golpea a una parte considerable de la Tierra, se equivoca. A partir de las 20:30 de este viernes, los meramente curiosos, y toda la saga de apocalípticos, milenaristas y fans del ‘findelmundo’, podrán observar el trazo del asteroide que pasará ‘rozando’ –es un decir- la Tierra, a 28.000 kilómetros. Las rocas y cometas del Sistema Solar que amenazan la integridad de nuestro planeta como una espada de Damocles constituyen una modalidad, nada desdeñable, del imaginario extraterrestre de la NASA. En cierta ocasión, visité una muestra sobre el particular y me recuerdo clavado de pie frente al televisor de la sala visionando el reportaje de los astrónomos de la agencia espacial americana en el que nos alertaban de que un mal día chocará una masa descomunal contra nuestra nave cósmica y nos hará papilla, si no logramos alejarla a tiempo. Me quedé de una pieza. Los tipos eran muy convincentes, hablaban con todo lujo de detalles sobre una catástrofe eventual y creíble que debería ser tomada más en serio por el común de los mortales. Pedían más fondos públicos para la investigación, o algo así, y trataban de transmitirnos el terrible pánico, siendo realistas, a una colisión brutal posible que podría desfigurar parte del planeta y dejarlo escacharrado. Lo que se nos viene encima este viernes no es nada de ese cariz, se trata de un asteroide –el DA14- de 45 metros de diámetro, que, previsiblemente, no caerá sobre la cabeza de nadie. Lo que no obsta para recordarnos que hace un siglo, algo por el estilo sí impactó finalmente contra la superficie terrestre (en Tunguska, Rusia) y dejó de recuerdo un cráter de 200 kilómetros cuadrados. Muy cerca de aquí, en los desiertos del Sáhara y el Adrar mauritano se encuentran centenares de kilos de grandes piedras pertenecientes a un ‘recado’ de un meteorito que se precipitó sobre el noroeste de África 20.000 años atrás, dejando una retícula de cráteres de grandes dimensiones. Nos apasionan los extraños visitantes del espacio. Me pregunto qué pensaríamos si este viernes fuera 21 de diciembre de 2012, la fallida profecía maya del fin de la humanidad. Unas veces fabulamos acerca de su presencia sobre si se trata o no de unos fulanos alienígenas, y otras, como ahora, sobreactuamos con cierto morbo en torno a la mítica idea del bólido de piedra que irrumpe en el cielo y nos aborda trágicamente. Esta hipótesis ocupa y preocupa –como dicen los cursis- a la NASA, que mantiene con dificultades presupuestarias el Programa de Objetos Próximos a la Tierra desde hace más de medio siglo (éstos son los agoreros que vi yo en la tele de la exposición, unos cocos infalibles, por sabihondos y por monstruos). Nos queda el consuelo de que aquí tenemos al Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), los mismos que me permitieron ver el Halley en las Teresitas, en el 86, y que no dejarán de escudriñar durante este viernes al intrépido asteoride que nos visita con tal de espiarle el recorrido al acercarse a nosotros, a fin de, en lo sucesivo, saber a qué atenernos y, llegado el caso, usar métodos siderales disuasorios, o sea propulsores que obliguen al objeto a desviarse de su órbita. Y que cada uno siga su camino. Incluidos, nuestros consiguientes dinosaurios.
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