Como en un mal sueño. Esta deconstrucción de España, a tenor de los espasmos de Cataluña, tiene toda la apariencia de una pesadilla. Y el incidente, sin duda excepcional en la previsible trama política de un país que no se ha inmutado en 500 años, precede a sobresaltos aún mayores, que no tardarán en suceder: es cuestión de días, acaso horas. Blas Piñar se estremece en la tumba, después de que la muerte le hurte este mal sueño. Se pasó toda la vida alentando la máxima España, una y no cincuenta y una, como si predicara en el desierto, pues ni las balas de ETA, ni las arengas en catalán de Tarradellas (ja sóc aquí), ni la pela es la pela de Pujol dejaban resquicio a sus temores. Y van ahora los inmoderados rufianes de la hornada secesionista del procés y montan una guerra de guerrillas, como le gustaba al Che, y sorprenden al decano Rajoy con un trampantojo perfecto de referéndum, que pone a España, por primera vez de verdad, al borde de la escisión.
El mal sueño es el argumento, por cierto, del premio Nobel de Medicina que ayer merecieron tres científicos estadounidenses. Esto va del ritmo circadiano. La Tierra ha dejado de girar a la velocidad que lo hacía antes, y de ahí -lanzo la teoría sin ánimo de recompensa de tal naturaleza- este descontrol de los últimos acontecimientos. Extraña casualidad la de tal cúmulo de erratas en la narrativa actual del mundo. Y ahora, España, con su Cataluña en pie de guerra (de guerrillas) y Puigdemont invocando desde su franja la mediación internacional como Arafat en los buenos tiempos. Y esa mirada atónita desde el País Vasco, sin dar crédito a la eficacia y rapidez del proceso catalán sin disparar un tiro y victimizado por los mamporros de la Policía y la Guardia Civil.
Tan deprisa se precipitan los acontecimientos que un día de estos (de esta semana) nos acostamos con Cataluña siendo española y nos despertamos con España sin Cataluña, lo cual tiene algo de aquel film de Spielberg, La terminal, en el que Viktor Navorski (Tom Hanks) se quedó sin patria mientras volaba a Estados Unidos, por un golpe de Estado, y permaneció bloqueado en el aeropuerto porque los yanquis no reconocían al nuevo país. Bloqueado aparenta estar Rajoy en una patria sin patria, como en un vivir sin vivir, “y de tal manera espero,/vida, no me seas molesta;/mira que solo te resta,/para ganarte, perderte”, como se dolía Teresa de Ávila.
Este es el peor sueño de España en los últimos 40 años de democracia si alargamos la vista hasta don Juan Carlos y doña Sofía, y en los últimos 500 años, si nos remontamos a los Reyes Católicos. El Suárez que todos queremos y que hizo frente al golpe de Estado de Tejero tiene parte de culpa de esta zozobra o mal sueño. No quedaron rematadas las junturas de las cuadernas de este Estado de las autonomías, y ahora hay que buscar los mejores calafateadores del reino para acertar en tiempo récord, con estopa y brea, en la reconstrucción de la nave que está a punto de quebrar por la borda catalana.
Y en esas están los sabios del PP y los del PSOE y los de Ciudadanos, cada uno con su receta, y el mistérico Rajoy guarda silencio, con su as bajo la manga, su 155 o sus buenos oficios ante los jueces y fiscales, que han hecho de gobernantes togados frente a la turba y los Mossos d’Esquadra. Pero algo flota en el ambiente como en las películas de Hitchcock, un suspense meticuloso que se aproxima inexorable a zanjar la cuestión. Y algo inquieta que no es menor: la gente en la calle ha empezado a decir que si en Cataluña el tricornio ni la nacional mandan un carajo, esto se va a convertir en un país sin ley.
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