En mitad de la hojarasca y de la leña del árbol caído por la tesis y los másteres, acaba de brotar el segundo retoño incendiario de la legislatura exprés de Sánchez. Desenterrar a Franco y desterrar los aforamientos, de una sentada. En la fiesta de los cien días de Gobierno, el presidente se vino arriba en la Casa de América, arropado por la crème de la crème, los del Ibex 35 y la ceja (la Cultura, el espectáculo, en cierta manera, la Ciencia, obsecuente), y proclamó su órdago para amortizar la polémica de la tesis doctoral cuestionada por Rivera (Cs). La trama contra los aforados (que todos aplaudiremos a una) era una tesis del propio Rivera, que la repetía como un sonsonete en el pacto del abrazo con Sánchez (la investidura abortada) y en el acuerdo posterior que hizo presidente a Rajoy. Desaforar, lo que se dice desaforar, es más posible que nunca en este país, de por sí desaforado. La ruleta rusa de la política guarda una bala en la recámara, y uno tiene la impresión de que los líderes están tentando la suerte, hasta que el día menos pensado cualquiera se pega un tiro de verdad. Los partidos tienen a los jefes con una mecha junto al bidón de gasolina de los grandes conflictos de Estado (Cataluña está a la espera de un accidente para explotar a lo grande). El primero, el presidente, que se acuesta con los socios más incómodos del Congreso, obligado a seducirlos y desencantarlos como si tejiera de día el sudario para deshacerlo de noche como Penélope, con tal de alargar la espera, antes de adelantar las elecciones. Reformar la Constitución en un pispás, como hizo Zapatero con el PP para cambiar el artículo 155 con el fin de asegurar la prevalencia del pago de la deuda sobre cualquier otro gasto presupuestario, es una cabriola, un salto de obstáculos típicamente sanchista. Y una pisada de callos para Albert Rivera, el otrora compi y ahora acidulado opositor, pues, sintiéndose padre de la idea, ya anunciaba para hoy en el Congreso una moción a fin de urgir al Gobierno a acometer, precisamente, la reforma constitucional que en tres meses erradicara el aforamiento de diputados, senadores y miembros del Gobierno. Me temo que ni Franco ni los aforados van a tapar las vergüenzas de los títulos en cuestión. Este es el aforismo. Ya Rosa Díez (que precedió a de Rivera como UPyD a Cs) y el exministro Gallardón lo intentaron. Y renunciaron al llegar a la orilla. En la orilla están cinco mil y pico jueces, otros dos mil cuatrocientos fiscales, siete mil seiscientos jueces de paz, y está el rey, oiga. ¡Vade retro, Satanás!
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