La irrupción de Brito Arceo en la portada de DIARIO DE AVISOS el domingo conmocionó al mundo del fútbol, a pesar de que este no tiene memoria, como decía Valdano. Porque el fútbol es una vieja -así la llamaba Di Stéfano- cascarriabas, que se contraría a la primera con el ídolo que yerra, que no mete o le meten un gol, y que maldice y olvida a presidentes, entrenadores y cracks. De ahí el mal concepto que suele tenerse del monstruo de mil cabezas, la afición, y de los directivos y amos de este deporte-negocio que es una máquina perfecta de hacer dinero y destruir mitos esculpidos en oro con una voracidad endemoniada. Cuando Brito Arceo ha dicho lo que ha dicho (“No me avergüenza tener que pedir una bolsa de comida. He llegado a pensar en el suicidio”), el fútbol ha parado el reloj y ha tenido memoria. La memoria sentimental, si se quiere, como en aquella crónica de España de Manuel Vázquez Montalbán, el culé que amaba el fútbol tanto o más que la novela, la prensa y la cocina. Brito es una historia novelesca, el niño que empezó a arbitrar a los nueve años imitando al abuelo colegiado al que nunca vio pitar, y el hombre que a los 55 confiesa ahora que su vida es un poema. El mundo del fútbol ha rebobinado la vida de este tinerfeño que fue célebre por ser el árbitro más joven de Primera, camino de convertirse en un Pierluigi Collina. “Si el VAR hubiera existido en mi época, yo hubiera sido uno de los mejores árbitros del mundo”, se reivindica con nostalgia en la entrevista de Rafael Lutzardo para este periódico, que ha estremecido a la prensa nacional. Arceo era un árbitro estatuario, con personalidad, una especie de esfinge que encaraba a Maradona como un guardia civil y paraba los pies al Michel más echado palante del reverenciado Madrid. Es difícil no acordarse del pibe de Taco en su legendaria faceta de trencilla. El fallo calamitoso de su vida, el falso penalti al Barcelona frente al visitante Sevilla, que abortó su meteórica carrera, puso a prueba una manera de ser. El asistente le ratificó por activa y por pasiva que había sido pena máxima, y cuando el patinazo se convirtió en escándalo nacional, Brito corrió con los gastos y omitió la identidad del linier que lo mandó al patíbulo. Árbitros, futbolistas y dirigentes (algunos de estos, en la cárcel) no suelen acabar bien en la vida privada y de cuando en cuando trasciende que un Christian Vieri se declara en bancarrota o un George Best (fallecido a los 59 años) naufraga en el fracaso económico, o un Andreas Brehme muerde el polvo de la ruina y le ofrecen lavar baños. Las demoliciones humanas del fútbol suelen deberse al alcohol y las drogas, pero también -como en el caso de Brito Arceo- a los malos negocios, que son peores que las malas compañías. Lo retiraron como agua sucia y el resto fue una deriva por los cauces de la política, como concejal de Santa Cruz, y por la telerrealidad. Ahora no se trata de si no fue penalti un metro y medio fuera del área la entrada a Polster hace casi 30 años. Se trata de un plato de comida, un trabajo y una segunda oportunidad a quien el fútbol, pese a todo, no olvida.
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