La comisaria europea Loyola de Palacio se hizo adepta a la utopía de Tomás Padrón de convertir El Hierro en la primera isla de la UE capaz de autoabastecerse con energía limpia. La recuerdo en Tenerife, de paso a la isla de Padrón, transmitiendo una gran simpatía por aquella idea quimérica: Gorona del Viento, me dijo, sería la pauta de lo que Europa debía ser. Pero conviene saber que esta anuencia de hoy sin fisuras en defensa del medio ambiente no era ni su sombra en aquellos años finiseculares de los 90. Las empresas energéticas se resistían a jubilar los combustibles fósiles y el cambio climático era, en cierto modo, un anatema. A Loyola de Palacio la convenció un político isleño que remaba a contracorriente. Padrón, ingeniero técnico industrial de Unelco, había puesto la luz en los pueblos de su isla -de ahí su popularidad hasta hacerse con el vicariato- y creyó al ingeniero de energías renovables de la empresa, Ricardo Melchior, que le metió la idea en la cabeza en los años 80. Melchior se pasó a la política de altos vuelos y Padrón se quedó con la matraquilla de los molinos de viento.
Esta semana, la central hidroeólica que concibieron al alimón batió el récord de permanencia del suministro de energía renovable al sistema eléctrico, más de 18 días y 9 horas, su anterior registro. Se abre paso el objetivo del cien por cien de autoabastecimiento de energía limpia. Gorona lleva todo el año inyectando viento en la red, más de la mitad de la electricidad de la isla ha tenido ese origen en estos siete meses. Europa puede sentirse orgullosa de tener una isla sostenible como El Hierro, capaz de dar ejemplo al continente con la esencia de un frasco que resume el esfuerzo de los grandes líderes y Estados firmantes del Acuerdo de París (2015). Esta es la clase de metáforas que Europa necesita para dotarse de nuevos bríos como punta de lanza en un tiempo de polos opuestos: quienes abanderan la lucha contra el cambio climático y quienes niegan la mayor y se resisten a mitigar las emisiones de CO2. Los alisios de El Hierro son un chorro de aire fresco en mitad de ese antagonismo. Es una isla correligionaria de esa otra isla en Europa que es la pequeña Greta Thunberg, la activista infantil sueca que ha puesto a girar todos los molinos de viento del corazón de Europa contra el escepticismo de la ultraderecha. Tomás Padrón cogió sin pensárselo dos veces la antorcha de César Manrique en el Mirador de la Peña. Yo me abono a la tesis de Saramago sobre el fantasma ambulante de Manrique por todo el archipiélago. Manrique, Padrón y Paco Sánchez, ¡qué tres! Este centenario de Manrique es la celebración de sus ideas, y entre ellas, las ecologistas que infundió en los baptisterios de cada isla como un evangelizador.
Tomas Padrón fue el único canario que en 2005 vio venir el Delta. Era domingo y suspendió las clases del lunes, y del Gobierno regional le dijeron: “¿Quiénes coño son ustedes para suspender las clases?”. Su respuesta fue: “Somos el Gobierno de la isla”. Y después cayó la tormenta tropical sobre Tenerife. En tiempos, pensaron despoblar El Hierro. Tomás me dice que esa idea naufragó, pero no la isla, que ha seguido existiendo, pese a aquella amenaza que habría consistido, según sospecha, en sacar a los habitantes y meterlos en barriadas de Tenerife y Gran Canaria, y dejar El Hierro como un coto de caza para ir periódicamente con botas altas a profanar sus montes con perros adiestrados. Lee todo lo que se cuenta sobre el futuro aciago de las islas que desaparecerán bajo el mar, según los augurios de las cumbres climáticas; tampoco ignora los pronósticos de ciertos geólogos ingleses sobre la erupción catastrófica de La Palma y el tsunami que arrasaría con herreños y demás canarios hasta llegar a Nueva York. Tiene, socarrón, bajo la manga un as: el volcán submarino de La Restinga, que un día asomará la cabeza diciendo, aquí estoy yo.
Padrón, David contra Goliat. Tenía arrancadas como el conejero y se ponía al frente de la manifestación contra el radar de Malpaso o la lanzadera de cohetes desde el Faro de la Orchilla, como solía decir. Quería guardar la isla como oro en paño. Ahora hay que meterle energía solar, marina y geotérmica, me decía este jueves, a raíz del récord. La niña sueca debería venir sin vergüenza a volar a El Hierro a encontrarse con Tomás Padrón y con el fantasma de Manrique. Y con el dios del IAC, Paco Sánchez, que convenció a Cousteau para que incluyera el cielo entre los derechos de las generaciones futuras. Tenemos el privilegio de vivir en islas, el lugar que los dioses designaban para retirarse a sus vidas eternas. Hay cierta inercia que enlaza nuestro Punto Fijo, la Punta de la Orchilla del Meridiano Cero, que novelara Umberto Eco, con las puertas del Riksdag, el Parlamento sueco, donde la niña ecologista se sienta a protestar tras las olas de calor.
El Hierro ha hecho su proeza esta semana con alisios, mientras Europa sufre su verano más tórrido. El estado de opinión es sensible al calentamiento global y cada vez más pasajeros sienten vergüenza a volar, rechazo a la contaminación de las rutas aéreas y a la huella de carbono de hoteles y restaurantes de los destinos turísticos. Y esto va a más. Ha llovido mucho desde que Loyola de Palacios dio el sí de Europa a Gorona del Viento, todo un caso de éxito en una isla que ya no pasa desapercibida. Nos hemos protegido no poco (tenemos reservas de la biosfera, patrimonios mundiales…), pero esta corriente de opinión con la nueva conciencia turística… nos alerta. ¿En qué pensábamos mientras contábamos los millones de visitantes sin tener los hoteles, las ciudades y los bienes culturales en estado óptimo de sostenibilidad? ¿Nos hemos confiado? ¿Ya es tarde? ¿Estamos a tiempo? Le estamos viendo ahora mismo las orejas al lobo en las Islas, el turismo decae y la economía crece por debajo de la media nacional. Entonces es cuando miramos al cielo, al sol, al mar y a los cuatro vientos en busca de respuestas y soluciones.
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