El poeta Cardenal tenía apellido vaticano, y un papa lo amonestó en público, para que otro papa lo indultara en vida. Conocí a Cardenal, don Ernesto, como Che Guevara, hace más de diez años, ya octogenario, pero vigoroso y beligerante contra Daniel Ortega y la doña. “Tienen un poder infinito”, solía decir del exlibertador sandinista reconvertido en tirano y su sagrada esposa, disfrazada de mística, pero inmisericorde, la vicepresidenta Rosario Murillo. El matrimonio le había declarado la guerra, según me dijo en Tenerife. Solo temía una cosa, que no le dejaran entrar y que no le dejaran salir. Sus poemas contra Somoza admiten ahora una lectura suplementaria contra Ortega y la que manda, la señora. “Una tierra sin terror”, pedía en su Canto Nacional al dictador perpetuo y al delfín imitador. En su famoso poema pedía cartelones en las carreteras que pregonaran que “uno no vale por lo que quita, sino por lo que da a los demás”; y afiches que pusieran que “los que murieron por el pueblo/están resucitados…” y este letrero en las paredes: “La vida es subversiva”. Había venido a la Isla a una gira con Caco Senante, en cuya serie de conciertos y recitales los acompañaban el músico Rubén Díaz y otras voces e intérpretes. De noche acudí al dueto del cantante y el poeta en el Museo del Cosmos. Cardenal exhibía la catarata de su Cántico cósmico, lo que él llamaba poesía científica. Hablaba de los astros y galaxias, de los agujeros negros y del hombre ínfimo e infinito. Allí es donde dice: “Lo mejor es morir héroe y mártir”. En Solentiname, el archipiélago que dotó de artistas y pescadores, se sentía libre en un territorio emancipado. Pero cada vez que lo invitaban al extranjero temblaba por que no lo dejaran viajar y,de vuelta, que no le autorizaran reingresar a su paraíso. Hablamos de Neruda, que leía asiduamente, y de Sergio Ramírez, su amigo del Gobierno sandinista, cuando uno era el ministro de Cultura y el otro vicepresidente. Ramírez es otro cardenal en la piel del régimen. Mucho más joven que el poeta, deplora a Ortega a coro con aquel. Han sido las dos voces insurrectas contra Daniel Ortega, cuya metamorfosis recuerda el Otoño del Patriarca y la Fiesta del Chivo, a la vez, la novela de García Márquez sobre la decadencia de los dictadores depuestos o retirados y las felonias y aberraciones de Trujillo en la República Dominicana. “Blanca vestida de blanco, con vela y corona de flor de café”, se casó la novia con Sandino, que volvió después a las montañas, según el canto de Cardenal, que fue sandinista y teólogo de la liberación. Le pregunté, llevado de la curiosidad, qué palabras le dijo el papa Juan Pablo II en el aeropuerto de Managua en 1983, cuando era ministro sandinista y Wojtyla lo repudió por su compromiso político. Lo humilló ante las cámaras de televisión reprendiéndole agriamente mientras Cardenal permanecía arrodillado a sus pies soportando la filípica del papa conservador. No reprodujo lo que le dijo. Me miró con los ojos vivarachos tras las gafas ajustadas entre la melena blanca, y sonrió. Guardaba respeto a aquel papa que lo suspendió ad divini y que había muerto hacía tres o cuatro años tras la larga agonía de su pontificado. Después de Ratzinger vendría Bergoglio, el papa Francisco, que lo restituyó a tiempo, antes de que Ernesto Cardenal, con 95 años, pusiera este lunes rumbo a su lugar preferido, el Cosmos.
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