El barco se hundía y el capitán se bajó para saludar. El tal Francesco Schettino se tomó unas vacaciones durante el naufragio del crucero Costa Concordia en la isla italiana de Giglio, cien años después de la tragedia del Titanic. Cuando el navío encalló, el cretino calló. Guiado por los cantos de sirena, pensó que había llegado a Creta. Como no concretó la posición, su reputación varó.
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