Ya me lo olía. El color de la taza de chocolate influye en su sabor. Lo han probado dos investigadores de las universidades Politécnica de Valencia (UPV) y de Oxford: “Sabe mejor en un vaso naranja o crema que en otro blanco o rojo”. ¡Y un churro! El gusto es subjetivo y está lleno de matices, porque el paladar crea sensaciones a pedir de boca.
Los sentidos distinguen las señales que procesa el intelecto. Al igual que la mirada, los colores transmiten emociones. Por sus sutiles connotaciones, ofrecen mensajes que captan la atención del subconsciente. La composición cromática de nuestro universo visual dibuja una gama de significados cuya interpretación contribuye al despliegue del lenguaje no verbal.
Como quiera que la relación con los colores es personal, hablaré de mí. Mi vinculación con el rojo está marcada en el calendario: el domingo encarna el descanso y la diversión. Entre los aspectos positivos, simboliza la sangre, el fuego, el calor, la fuerza, el atrevimiento, el cambio, la acción, el impulso, el dinamismo, la sensibilidad, la excitación, el humor, la alegría, el optimismo, la seducción, la sensualidad y, por supuesto, el amor. Siempre llevo algo rojo, aunque no se vea. Un llavero en forma de corazón, por ejemplo. ¿Será por eso que me llaman Domingo de Pasión?
Para compensar, lo combino prudencialmente con el azul, el negro y el malva. Naturalmente, pierdo el tiempo a la hora de elegir el reloj a juego con la prenda superior de la vestimenta. Del azul valoro especialmente la serenidad, la reflexión, la frescura, la tranquilidad, la calma, el reposo, la concentración y la confianza. Del negro me quedo con la elegancia, el misterio, la mesura y el fetichismo. La asociación de la energía del rojo con la estabilidad del azul se tiñe de morado: lujo, nobleza, magia, espiritualidad, feminidad, transformación, paz, protección psíquica y transgresión.
He de confesar que me fascinan los coloretes en las mejillas de las mujeres.