El porno no es nocivo para la salud sexual si se recurre a ello por curiosidad y no por necesidad. Como expresión de las fantasías regala alegrías, pero la dependencia revela una patología. El exceso de material audiovisual repetitivo predispone a un comportamiento obseso. La monotonía de la reiteración de imágenes explícitas, exageradamente previsibles, coarta la libertad de imaginación y atrae la frustración. La afición extrema a tal actividad estimulante genera adicción y transforma la diversión en perversión. Científicamente se explica en que los elevados niveles de dopamina reajustan el cerebro, que supedita la motivación a una superlativa excitación, condiciona el disfrute y deja la disfunción eréctil al alcance de la mano. Con el vibrador sucede algo similar: aunque su uso facilita el orgasmo, habituarse a la comodidad que proporciona dificulta la concentración durante la masturbación sin juguetes eróticos o en el contacto íntimo con otra persona. El desenfreno encuentra placer en la moderación.
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