Que las mujeres y los hombres procesan las emociones de manera distinta se intuía. En el plano sexual, percibir similitudes al observar las zonas erógenas no es casual. Son complementarias. El concepto varía. El origen de los órganos genitales determina la simpatía: durante los primeros meses del embarazo, el clítoris y el pene comparten estructura. Cuando el embrión madura, los bebés adquieren la identidad de género. La evolución marca la diferencia. El falo monta guardia en la puerta y la equivalencia femenina expande sus terminaciones nerviosas por la vagina, asoma la cabeza como si fuera un telescopio y, mientras disfruta del panorama, manda señales al interior. La dualidad viril contrasta con el exclusivo quehacer de la metafórica serpiente de cascabel, que consiste en agenciarse placer. La culminación de la comparación reside en la respectiva área prostática, el surtidor de donde fluye la eyaculación en cada versión a través de la uretra. Más frecuente en él que en ella, el chorreo no siempre es gemelo del orgasmo.
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