Los niños son el espejo del alma. Y un tribunal de la apariencia. Su sinceridad, libre de compromisos sociales, aturde a los adultos. En esto, las personas guapas parten con ventaja. La preferencia por los seres atractivos es una predeterminación biológica, porque “está en el cerebro de los recién nacidos y probablemente desde antes”. Durante una profusa investigación, el psicólogo Alan Slater, de la Universidad de Exeter (Inglaterra), observó que los bebés de dos días y medio tendían a fijar la mirada sobre los más resueltos cuando les enseñaban parejas con rostros perfilados por ordenador. El llanto de las criaturas regaña a los feos.
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