Sara Betsabé Morales Woodberry, futbolista
Sus plegarias han surtido efecto. Días después de esta entrevista, Gol Televisión anunciaba la emisión semanal de un partido de la liga de fútbol femenino. Sara juega de media punta en la Unión Deportiva Geneto Teide y en un equipo de aficionadas. Confiesa que para ella no hay un referente mediático en quien fijarse. “Me pierdo”, reconoce. “No es que sea una cateta”, matiza. Ocurre que, a diferencia de las competiciones masculinas, “a las chicas no se nos da tanta publicidad”.
Como prueba de su desencanto, se refiere a la irrelevante repercusión de la convocatoria de dos canarias para los europeos Sub-16 y Sub-17. “No interesa”, se lamenta Sara Morales Woodberry antes de lanzar un libre directo contra la barrera de la discriminación de género en este deporte. “Normalmente nos sacan como algo anecdótico”, certifica. No es su intención pisotear a nadie y evita transmitir una imagen de “niña quejica”, a pesar de que ellas reciben más patadas en las canillas fuera del campo que dentro.
Lo mismo que la virilidad no es incompatible con la sensibilidad, la feminidad tampoco significa renunciar a ocupar terrenos que tradicionalmente han estado dominados por los hombres. “De pequeñita, algunas madres alejaban a sus hijas de mí porque decían que yo era una marimacho”, recuerda. Para llegar hasta aquí, Sara ha regateado burlas, prejuicios, recelos, faltas sin pitar en los límites del respeto, empujones… Pero también ha sentido el aliento de la libertad. Y lo mejor de todo es que se divierte.
La base sustenta el porvenir. El presente se tambalea si no se consolida la estructura vital y el futuro decepciona cuando se desaprovechan las oportunidades. El talento se ve en un abrir y cerrar de ojos. En el balompié femenino, los ojeadores son de otro tipo.