Anochece en Anocheza, después de un memorable día en la casa de Ramón en hogareña compañía. Los últimos invitados dan largas a la despedida. Algunos no volverán a verse hasta el próximo año, por lo que se hace engorroso decir adiós. La parranda entona el canto del cisne. Atrás queda un tenderete que define el sentir de esta consagrada reunión de amigos en honor a San Andrés y de culto al vino. La primera vez cuesta subir la pendiente, pero la expectativa de lo que nos espera hace más llevadera la pista que conduce a Izaña. El premio por acometer la ruta de las laderas es una reparadora vista del valle de Güímar, completada con una miradita al litoral de Santa Cruz. Un ratito en coche y otro andando. Un aserto popular sentencia que sin la caminata no sabe igual la comilona.
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