Hungría chapotea en un manantial de aguas termales. El puente de las cadenas de Budapest (Széchenyi lánchíd) simboliza una transición de vértigo en río revuelto. La locomotora descarriada del firmamento soviético marcha como un tren de alta velocidad sobre raíles oxidados. El pretérito aristocrático y el comunismo aburguesado se solapan en el esplendoroso paisaje magiar.
Medio siglo después de la revolución, una desorientada muchedumbre zarandeaba al “mentiroso” primer ministro. Las protestas callejeras se sucedieron desde que, el 17 de septiembre de 2006, la radio aireó los eructos del multimillonario Ferenc Gyurcsány en una reunión de la directiva del partido socialista (MSZP), donde confesaba que durante un año y medio ocultó la verdadera situación económica del país con tal de ganar las legislativas. Este ruidoso malestar certifica la fragilidad institucional en Europa central y del Este por la cruda realidad del sueño de la integración. La travesía de la literatura a las matemáticas produce en ocasiones no pocos quebraderos de cabeza. Las frustraciones masivas inyectan populismo a la indignación y el cinismo corroe la confianza colectiva.
En medio de la sacudida, la tercera república revivió la insurrección que estalló el 23 de octubre de 1956, cuyo espíritu ondea enseñas patrias con un agujero circular en el centro (sin la estrella roja). El revisionista Imre Nagy desafió a Mátyás Rákosi, secretario general del Partido de los Trabajadores de Hungría (MDP), y rompió el cordón umbilical con la URSS, pero las apisonadoras de Satanin (el espectro de Josef Stalin) aplastaron la rebelión. Nagy y sus colaboradores fueron arrestados en la Embajada de Yugoslavia antes de ser juzgados en secreto y ejecutados por “traición”. Tres décadas transcurrieron hasta la rehabilitación de la figura del héroe nacional. Hungría sufrió una emboscada en el camino de la autodeterminación (neutralidad y ruptura con el Pacto de Varsovia). El 4 de noviembre, János Kádár consumó el golpe de timón con cobertura exterior: más de 200.000 uniformados sitiaron Budapest . La resistencia aguantó semanas de encarnizada lucha.
Tras el cruento derrocamiento de la esperanza, el Partido Socialista Obrero Húngaro (MSZMP) renunció a la tutela de Moscú e improvisó una autopista hacia Occidente. Las presiones del Kremlin le resbalaban a Kádár. En los ochenta, la adhesión al FMI y al Banco Mundial acreditó el cambio de rumbo. El desmantelamiento de la alambrada en la frontera con Austria, el 3 de mayo de 1989, escenificó el corte de manga al telón de acero -el proceso constituyente arrancó el 18 de septiembre- y anticipó el derrumbe del muro de Berlín, el 9 de noviembre. La primavera democrática aupó a la presidencia al escritor Árpád Göncz (1990), predecesor de Ferenc Mádl (2000). En el otoño caliente del quincuagésimo aniversario de la subleva-ción, el independiente conservador László Sólyom (2005) profanó la liturgia protocolaria para sermonear al blasfemo Ferenc Gyurcsány.
La suave brisa del Danubio. La picaresca se pasea por la zona peatonal de la arteria financiera de Budapest. Las víctimas caen en las redes que tejen las multinacionales de la economía sumergida. Al anochecer, las luciérnagas guían a los pardillos en una excursión a comisión por garitos de trileros, con predominio del acento italiano, y cajeros automáticos. La brisa del Danubio suaviza el bochorno. En la colina del castillo, el lujoso hotel Hilton testimonia la herencia del modelo de sociedad mixto. Este moderno edificio incorpora los restos de una abadía del siglo XIII y un colegio de jesuitas del XVI. Esa dualidad forja el carácter húngaro.