El impacto de la revolución tecnológica y sus gurús resulta un interesante caldo de cultivo para el cine y factor de actualización con la contemporaneidad, que se ha sustanciado en diversas aportaciones, especialmente en el terreno de las biografías cinematográficas. El fallecido Steve Jobs, cofundador de Apple, es un claro ejemplo del atractivo que suscita al mundo del celuloide, con varios biopics ya a cuestas, como Piratas de Silicon Valley (Martyn Burke, 1999), iSteve (Ryan Perez, 2013), Jobs (Joshua Michael Stern, 2013) o el documental Steve Jobs: Man in The Machine (Alex Gibney, 2015). Ahora, Steve Jobs, dirigida por Danny Boyle con libreto de Aaron Sorkin -sobra decir a estas alturas que se trata de uno de los mejores guionistas del mundo-, se suma a este listado más o menos hagiográfico, si bien con elementos superiores al resto de sus predecesoras. La cinta se asienta en los instantes previos a tres momentos cruciales profesionales -y vitales- del personaje en cuestión: las mediáticas presentaciones -precisamente, uno de los puntos fuertes de Jobs- del primer Macintosh, en 1984; de la computadora NeXT, en 1988; y del iMac, en 1998, aderezados todos con puntuales flashbacks que rompen un poco con la estructura planteada. En esta puesta en escena cuasi teatral -los exteriores devienen en pura anécdota- se disecciona la particular y ególatra personalidad de Jobs, esculpida aquí por Michael Fassbender, en una de sus mejores interpretaciones que, a buen seguro, ubica al actor nacido en Alemania en el sendero que lleva a los Óscar. El filme, con brillantes y ágiles diálogos -marca Sorkin-, además de un ritmo adecuado que en ningún momento hace decaer el metraje, es un ir y venir continuo que bucea en las relaciones con sus más estrechos colaboradores y allegados, desde su compañero de fatigas Steve Wozniak (Seth Rogen) hasta el que fuera director general de Apple, John Sculley (Jeff Daniels), pasando por su expareja Chrisann Brennan (Katherine Waterston), el ingeniero Andy Hertzfeld (Michael Stuhlbarg) y su exjefa de marketing, Joanna Hoffman (una genial Kate Winslet); eso sí, con el acento puesto en los distantes vínculos con su hija, Lisa, a la que en un principio Jobs no reconoce. La película se abstrae de la linealidad y de la literalidad en su tratamiento para recrear, por el contrario, su peculiar -y difícil- carácter y su carismática capacidad de propalar ilusiones, aunque con la suficiente distancia para que el espectador no logre empatizar con este genio de las nuevas tecnologías.
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