Mientras navego entre manglares por el Delta del Sine-Saloum, sentado en la zona de proa, permanezco en silencio. Un silencio que también parecía haberse apoderado de todos los pasajeros y la tripulación con los que compartía barca. Solo el monótono ronroneo del motor fuera borda y el constante chapoteo del agua contra el caso de la vieja embarcación, mientras se abría paso a través de las oscuras aguas, sobresalía sobre el fragor natural de la selva. La magia del momento me confirmaba que cuando se viaja, no solo lo hacemos a través de junglas y desiertos sino que al final el viaje que más nos gratifica, es el que hacemos al interior de uno mismo.

Con la vista puesta en el horizonte disfruto una vez más de la experiencia de surcar los ríos de África. Aquellos que cuando niño veía dibujados en los coloridos mapas geográficos que tanto me atraían y que me hacían soñar con que algún día emularía las hazañas de exploradores como Speke, Burton, Livingstone o Stanley.

Y aunque el África de hoy ya no se corresponde con ese escenario de cacerías, tesoros escondidos y vida salvaje a los que hacían alusión en su obras los románticos escritores de la época colonial. El continente, sigue ofreciendo extraordinarios enclaves en los que los viajeros pueden disfrutar del contacto con sus gentes y paisajes, a pesar de que la Coca-Cola, el wifi, y los teléfonos inteligentes ya están presentes hasta en los más recónditos rincones de su geografía.

Una nueva forma de viajar, conocida como ecoturismo o turismo de naturaleza, comienza a surgir a finales del pasado siglo XX, como alternativa al turismo tradicional. Orientando sus objetivos hacia actividades que estén más en consonancia con la sostenibilidad y la preservación del medio natural. Esta modalidad permite al viajero tener un contacto más directo con la realidad del país visitado, y además de contribuir con el desarrollo de las comunidades nativas, se fomentan la preservación de los ecosistemas y de la fauna.

Y aunque habitualmente suelo realizar mis viajes fotográficos en solitario, por la necesidad de establecer y planificar mis propias rutas de trabajo, esta nueva tendencia me pareció idónea para combinarla con la organización de futuros viajes fotográficos que pretendo promover para grupos reducidos.

Los vecinos países de Senegal y Gambia, a los que ya he viajado en diferentes ocasiones y por diferentes objetivos, son idóneos para realizar este tipo de rutas. Ambos, comparten lenguas, etnias y estrechos vínculos familiares. Por estos últimos motivos a esta región del África occidental también se la conoce con el nombre unificador de Senegambia, surgido tras el acuerdo de Confederación que ambos países suscribieron en 1981 y disuelto oficialmente en 1989. En realidad, Gambia es un pequeño país que extendiéndose sobre los márgenes del río del que toma su nombre, divide a Senegal, de mayor superficie, en dos. Una de esas caprichosas herencias del colonialismo.

Estos dos países a los que solo los diferencian el idioma oficial y las costumbres recibidas de franceses e ingleses cuentan además con una interesante diversidad paisajística: extensas playas de fina arena, exuberantes zonas selváticas, serpenteantes ríos rodeados de amplias zonas de manglares, que permiten la navegación, en barcos o canoas, y amplias zonas utilizadas como reservas de animales que junto a la sencillez y talante hospitalario de sus pueblos propician la práctica de interesantes rutas de ecoturismo en esta zona de la costa occidental africana.
Guiados por jóvenes nativos que además del idioma español demuestran un amplio conocimiento de la Historia, costumbres y leyendas de sus países, las Rutas de ecoturismo a través de Gambia y Senegal, ofrecen al viajero experiencias y sensaciones inolvidables.

En los primeros días, una obligada visita a la singular ciudad de Banjul, capital histórica de Gambia, y su abigarrado mercado. La playa de Tanji, donde al atardecer llegan los cayucos para descargar su preciada carga de pesca diaria, es otro de los enclaves a visitar. Cada día, cientos de personas esperan en la orilla la llegada de los barcos, especialmente grupos de mujeres que se afanan con la venta del pescado, en la misma playa.

La zona protegida de Makasutu, con sus frondosos senderos que serpentean entre termiteros y palmerales, es otro de los escenarios a visitar. Un poblado de artesanos, manadas de inquietos monos babuinos y un paseo en canoa por el río Mandina Bolong, completan las rutas por el pequeño país de Gambia.

El viejo y destartalado Ferry que une la ciudad de Banjul con el puerto de Barra es testigo de nuestro nuevo trasiego de mochilas. Ya desembarcados una furgoneta nos espera para emprender camino hacia la frontera con Senegal y más tarde hasta la Reserva Natural de Fathala, situada a tan solo 10 kilómetro de la frontera.

Recorrer kilómetros de pistas en un 4×4, a través de polvorientos caminos, y avistar algunos de los animales que viven en la reserva compensa el esfuerzo realizado. Mientras fotografiamos a jirafas, antílopes y gacelas, podemos observar cómo mientras unos andan ocupados con su alimentación, sin que al parecer le importe nuestra intromisión, otros nos contemplan curioso. Al parecer se sienten tan atraídas por nuestra presencia como nosotros por la de ellas.

El Delta del Sine-Saloum es nuestro próximo destino. Es una de las regiones más bellas de Senegal, en la que abunda una gran variedad de paisajes. Pequeñas islas, bosques, lagunas y manglares, que sirven de hábitat protegido para infinidad de especies animales.

Nos alojaremos en un sencillo campamento ubicado en la isla de Sipo, al que se llega tras unos treinta minutos de navegación desde la orilla continental y otros tantos andando desde el pequeño pueblo de pescadores en el que desembarcamos. El campamento, gestionado por los propios pueblos que habitan en la Reserva, se vislumbra como un autentico remanso de paz, en el que disfrutar de la naturaleza en su más extenso sentido.

Senderismo entre los bosques cercanos, paseos por los manglares durante la marea baja y navegación en kayak por el río, esperan a los viajeros para mostrar el lado más autentico de la zona.

Camino de Dakar pernoctaremos en Palmarin, junto a la costa. Tras acomodarnos en un exótico lodge frente a la playa podremos visitar la zona, subidos en carretas tiradas por caballos al más puro estilo local.

Palmarin, ubicada en una gran lengua de arena que se extiende entre el océano y la desembocadura de los ríos Sine y Saloum, ofrece un onírico paisaje plagado de palmeras, baobabs y salinas. Los pozos de sal, cuyos derechos de explotación se traspasan de madres a hijas, constituyen uno de los singulares atractivos de la zona.

Recorrer al atardecer las extensas marismas bordeadas por espectaculares bosques de baobabs, con el propósito de avistar a las hienas que acuden a beber en las aguas del río, completa la jornada.

Por la mañana tras el recuento de las picaduras de mosquitos, y el reparador desayuno, seguimos con la ruta. La isla de Fadiouth era nuestro siguiente objetivo. Una isla construida sobre un lecho de conchas marinas que permanece unido a la zona continental por un largo puente.

La población de esta pequeña isla, al contrario que en el resto del país, es mayoritariamente cristiana y en su peculiar cementerio comparten el sueño eterno, cristianos y musulmanes, en tumbas custodiadas por los siempre presentes y venerados baobabs.

Dejando atrás esta bonita región del Sine Saloum, nos encaminamos hacia el final de la aventura, y la isla de Goree en Dakar es nuestro siguiente objetivo. Una isla tristemente conocida por su histórica utilización como centro de internamiento y tráfico de los esclavos, que luego serían enviados a Europa y América. Cada día, hasta el pequeño puerto de la isla, llegan desde la ciudad de Dakar ferries cargados de bulliciosos grupos de escolares, comerciantes y, como no, turistas, que invaden las calles y plazas de tierra de esta pequeña isla.

Terminada la visita a Goree, se impone un obligado recorrido por la populosa ciudad de Dakar, antes de ponernos en camino hacia el Lago Rosa donde emulando al antiguo Rally de París-Dakar, estableceremos nuestra meta final.

Un recorrido en 4×4 por las extensas zonas de playas y arenales de los alrededores y una incursión en barca por las aguas del lago, en las que se afanan bajo un sol abrasador algunos hombres que, con rudimentarios utensilios, extraen palada a palada cientos de kilos de sal desde los fondos del lago.

La sal extraída se va depositando en el interior de sus barcas, y una vez llenas del preciado elemento las acercan con enorme esfuerzo hasta la orilla, donde los grupos de mujeres, muchas de ellas con sus bebes a la espalda, cargan la sal en cubos que transportan sobre sus cabezas hasta las salinas cercanas.

El viaje toca a su fin, y con la mochila cargada de fotos, algunos buenos recuerdos y muchas nuevas experiencias, retomamos el camino a casa. Ahora toca editar y clasificar las fotos, ordenar las notas obtenidas y comenzar a preparar una nueva aventura.